La trama del celebérrimo libro Crimen y castigo (1866) gira en torno a la profunda crisis psicológica que padece su protagonista después de haber cometido un terrible delito. Rodión Románovich Raskólnikov asesinó y robó a una anciana para obtener los medios que lo convertirían en el iconoclasta que soñaba ser. Su destino, él lo consideraba así, era ser un Napoleón, un renovador de su tiempo. Pero la manera en que ha iniciado ese “majestuoso” camino le pesa y agobia demasiado. No sólo ha matado a una vieja usurera, que abusaba de los apuros económicos de sus clientes, sino también a la noble hermana de ésta, que por una desgraciada casualidad estuvo en el lugar y en la hora incorrecta.
Meses antes del crimen, Raskólnikov publicó un artículo revelador en el que explicaba cómo los seres humanos se dividen en dos: los ordinarios y los extraordinarios. Los primeros son los más numerosos, los que abundan, conservadores que se sienten naturalmente empujados a seguir lo establecido, recelosos de lo nuevo e innovador; los segundos, en cambio, son escasísimos y nacen con el sello del agitador. En su fuero interno éstos están autorizados, no oficialmente, a delinquir, a prescindir de las leyes para guiar hacia el progreso a las naciones, sin detenerse por miramientos morales que los trunquen.
La idea de pertenecer al clan de los extraordinarios resulta atractiva, obviamente el protagonista de Crimen y castigo se sentía parte de ese privilegiado grupo, sin embargo, gracias a la convivencia con Sonia, (una espiritual y noble joven, que vive, más que por sí misma, por los demás) Rodión aprende el valor de la modestia y conoce la satisfacción que otorga sentir empatía, compasión y solidaridad. Su extrema y agobiante culpa se va tornando en arrepentimiento y reflexión, en humildad; mientras tanto sus delirios de grandeza se opacan y resultan vergonzosos, aborrecibles.
El proceso de cambio de Raskolnikov (narrado con una maestría que profundiza en lo psicológico) es largo, pero después de admitir su culpa y afrontar lo real, después de enfrentarse con sus demonios, el duro camino que recorre le hace hallar la lucidez necesaria para entender que todo acto de revolución, de mejora, parte de un sentimiento altruista, del deseo de hacer un bien por los demás.
Ojalá los políticos que, desperdiciando sus cargos, cometen impunemente actos de corrupción, reflexionaran y meditaran tanto sobre sus errores, como lo hace aquel maravilloso personaje creado por Dostoievski. Ojalá la culpa en ellos fuera tan grande que los hiciera cambiar a mejor. Sé que es ingenuo pensar así, pero es bello soñar, sobre todo gracias a la relectura de una ficción tan bien construida.