domingo, 21 de abril de 2013

No miente, no votes por él




Se ha hablado mucho en estos días de Javier Diez Canseco. En los diarios y en la televisión son muchos los homenajes, los recuerdos enaltecedores, los artículos en los que me he ido enterado de detalles desconocidos sobre su vida y que hacen que crezca mi admiración por él.
No sabía que en su juventud fue vocalista en un grupo que también integraba el gran saxofonista Jean Pierre Magnet; que, como el entrañable “Zavalita”, había renunciado a una serie de privilegios económicos, que una familia muy bien acomodada le ofrecían, para volverse socialista; que es un gran bailarín a pesar de su discapacidad y que una de sus canciones favoritas es la polka criolla “el electricista”.


Definitivamente ha sido positivo enterarme en estas últimas semanas de todas esas cosas, me parece bueno que ahora su figura brille por reconocimientos bien merecidos, que hayan comentarios, de amigos y adversarios políticos, que indiquen que “a pesar de no siempre haber estado de acuerdo con su posición, es innegable que es un hombre de principios, íntegro,” ¡íntegro!, qué fabuloso poder decir eso de un político peruano, ¿no?

Es bueno todo ese reconocimiento a Javier Diez Canseco, pero, hay que decirlo, tiene un sabor agridulce porque todo esto coincide con su mal estado de salud y la injusta sanción que le impuso el congreso –sanción que ha sido anulada en la vía judicial y que, proviniendo de esa institución, resulta más bien una condecoración-. Debemos ser más justos, en el tiempo preciso, con los buenos políticos, sobre todo porque son pocos.

Toda esta actual difusión me ha recordado su infructuosa campaña política en la que fue candidato a la presidencia en el año 2006. Me ha traído a la memoria específicamente el eslogan de su campaña: “No miento, no votes por mí”, ¿se acuerdan? En las calles de Lima muchos lo leían y reían sin entender, “no votes por mí, qué cojudo, para qué se candidatea entonces”. Pero los cojudos éramos nosotros al no comprender que esa frase simple era un grito de protesta contra nosotros, los inicuos electores. Era una llamada de atención -que pasó inadvertida- a los que prefirieron a Fujimori tantas veces y a los que demoramos tanto en sacarlo del gobierno, era un jalón de oreja a los que decían que el grupo colina le era ajeno al chinito, que había que meter mano dura para salvarnos del terrorismo, que toda atrocidad era justificable. Era una recriminación a personas como las que en estos días quieren hacer pasar delitos de lesa humanidad como simples crímenes que pueden ser indultados.

Nuestra historia política es más triste que una película hindú, ejemplos de malos políticos hay muchos y por eso en esta ocasión quise hablar –como un contraste entre tanta cochinada- de Javier, del político peruano que nos decía que no votáramos por él porque no miente y no nos subestima, porque no dice solamente lo que queremos escuchar, porque es consecuente cuando se trata de sus principios, porque jamás se doblega y es coherente entre lo que dice y hace.

Espero que pronto su salud mejore y siga siendo un extraordinario ejemplo de que es posible ser político y también un hombre honesto. 



domingo, 7 de abril de 2013

Lo que queda de los poemas




El primer indicativo que percibí, la primera señal que tuve de que algo andaba mal en el mundillo cultural, fue una revista de poemas que un amigo había editado y muy entusiasmado me regaló hace años. El texto había sido realizado en Arequipa por un grupo de jóvenes poetas –sí, de esos que actualmente abundan- y lo que ahora recuerdo de aquello, lo que viene a mi memoria para graficarles lo que quiero contar, no es precisamente la belleza armónica y poética de los versos, no. Lo que parece haber quedado son las imágenes que antecedían a cada poema. Eran fotografías de animales, en su mayoría caballos, que aparecían teniendo sexo con mujeres. Esa aberración parecía ser el tema central de la publicación, ni siquiera recuerdo de que trataban los poemas, recuerdo la sorpresa, el escándalo, la desagradable impresión que esas fotos me causaron, nada más.

¿Ese es el fin de lo artístico ahora? ¿Se fabrican esos panfletos para escandalizarnos y ya? ¿Se hacen recitales de poesía para que escuchemos, hasta el hartazgo, palabras como vagina, senos, clítoris, pene y demás? Si en estos días esa es la finalidad del arte, de lo cultural, sin duda los nuevos poetas están logrando sus metas y cosechando muchos “éxitos”. Mi memoria es una prueba de que están cumpliendo su cometido, de que el escándalo es más fácil que el verdadero talento y que este puede ser soslayado, reemplazado por el barullo, la chacota; esas herramientas siempre tan infalibles para llamar la atención (lo único que al parecer buscan).

Después de aburrirme un rato con los poemas, termine echando a la basura el panfleto. Lo arroje –como suelo arrojar las secciones de sociales de los diarios- sobre todo temiendo que alguno de mis pequeños sobrinos lo encuentre y crezca vacunado para siempre de la literatura por la cruel idea de que es algo podrido y necesita de esas imágenes para sobresalir.

Nunca le dije a mi amigo lo que pensé de sus “poemas”, intento seguir la vieja regla de que “si no tienes nada bueno que decir de algo, mejor no digas nada”. Seguramente él y sus amigos seguirán haciendo de las suyas en su facilísima cruzada por escandalizar al mundo, alejados de las ya anacrónicas finalidades del arte: enriquecer el espíritu, generar reflexiones profundas, afianzar valores, mostrar distintas realidades y generar la necesidad de mejorar, entre otras.

Es una lástima que actualmente muchos poetas se canalicen solamente en lograr lo escandaloso, que sus escritos terminen en el inodoro del alboroto, que pasen sólo como pequeños destellos frívolos y, al final, no alimenten ningún apetito verdaderamente artístico.