domingo, 28 de julio de 2013

Las raíces del Amauta


En los “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana” –publicados por primera vez un siglo después de la independencia del Perú- José Carlos Mariátegui explica, desde una perspectiva económica y marxista, la historia y la situación de nuestro país desde los días del Tawantinsuyo donde, según “todos los testimonios históricos el pueblo inkaico –laborioso, disciplinado, panteísta y sencillo- vivía con bienestar material“, hasta el Perú de los años veinte. En el libro podemos entender, por sus magníficos argumentos, temas como: el trauma de la colonización, el proceso agrícola o la evolución de la literatura en el Perú. 


Recientemente me he topado con algunas críticas al brillante libro del Amauta, una de las más duras la encontré en el libro llamado “El descubrimiento de España” de Fernando Iwasaki. Aunque de forma soslayada, en ese libro se sostiene que Mariátegui fue muy simplista y escaso al supuestamente atribuir todas las carencias de nuestra república solamente a la colonización española. El autor casi llega a afirmar que José Carlos Mariátegui a la larga ha resultado perjudicial para los peruanos por haber alentado nuestro resentimiento hacia España. Creo que esas críticas son infundadas y que los siete ensayos más bien demuestran, al contrario de lo supuesto, lo absurdo que resultaría estar resentido con personas que nada tienen que ver con periodos traumáticos de nuestra historia -los españoles de hoy son los descendientes de los españoles que durante la conquista del Perú decidieron quedarse en casa, no lo olvidemos-. Odiar a los españoles que nos colonizaron es odiar parte de nuestro pasado, parte de nosotros mismos. 

También he oído decir en estos días que “los siete ensayos deberían considerarse solo por su valor netamente histórico, ya que en estos tiempos resultan anacrónicos”. Es probable que muchos postulados del libro hayan quedado desfasados por el paso de los años pero su espíritu, su finalidad ideal, aún reluce con mucha fuerza y no se extingue. El sueño de entender, reforzar y afianzar nuestra peruanidad sigue latiendo en ese valiosísimo libro.

Los siete ensayos siguen resultando una gran herramienta que nos ayuda a comprender –sin soslayar ningún aspecto importante- el origen de los problemas que nuestro país ha ido arrastrando a través de los años, nos muestra nuestros primigenios prejuicios y, al final, demarca un camino optimista, próspero.


Algo interesante en la obra de Mariátegui es el tema de “la tierra”, éste era una constante; de ella salen los alimentos, la vida misma. La tierra es el bien primordial del campesino, pensaba con mucha razón. Incluso para referirse a asuntos intelectuales o artísticos, el simbolismo y las metáforas sobre la tierra estaban siempre presentes en su imaginario. Una de esas metáforas que más recuerdo y que parece haberse quedado impregnada en mi memoria es la que demuestra que no es necesario, en el caso de un creador, o de cualquier hombre que produzca, valorar símbolos vacíos como escarapelas, banderas o fechas importantes. Para generar obras hermosas y con ellas forjar nuestra nación, decía Mariátegui, había que tener “las raíces bien plantadas en la tierra”, en las tradiciones, en el pueblo y sus problemas, de esa forma se producirían los buenos frutos destinados a afianzar nuestra peruanidad.

domingo, 14 de julio de 2013

Borges, inolvidable


El cuento “El Zahir” (El Aleph, 1949) ,de Jorge Luis Borges, trata, entre muchas otras cosas, de una palabra cotidiana, común: inolvidable.

¿Existe algo que sea realmente inolvidable? No hablo de datos que se tienen almacenados en la memoria y que acuden cuando uno lo desea, no. Hablo de algún objeto simple (una moneda de veinte centavos por ejemplo) que tenga la cualidad, por razones inexplicables, de nunca apartarse del pensamiento. Algo que a partir de haber sido visto, todo el tiempo esté -en el sentido más absoluto- en nuestra cabeza. Una cosa que desborde los límites máximos de la obsesión ¿Hay algo así en el mundo real? En la monótona y aburrida cotidianidad un objeto así es inconcebible, pero, en el universo que Borges creó, entre sus muchas trampas metafísicas con forma de cuento, existe una cosa de esa naturaleza y se llama Zahir. 

El relato explica que Zahir fue, en Guzerat, a finales del siglo XVIII, un tigre. Que fue un ciego de la mezquita de Surakarta, a quien los fieles lapidaron; un astrolabio; una pequeña brújula; una veta en el mármol de un pilar; el fondo de un pozo y una moneda que “Borges” recibió de cambio después de haberse tomado una caña luego de asistir al velorio de su hermosa, meticulosa y querida Teodelina.

Después de recibir el Zahir –en la forma de una moneda de veinte centavos- Borges empieza a olvidar a Teodelina e inicia el padecimiento del inevitable influjo de aquel objeto. Los primeros síntomas son evocaciones de monedas célebres; el óvolo de Caronte; el denario inagotable de Isaac Laquedem; el luis que delató al fugitivo Luis XVI y las treinta monedas de Judas empiezan a desfilar por la cabeza del narrador.





Poco a poco todo lo demás -el universo- empieza a difuminarse, a apartarse  y es opacado mientras el Zahir reluce con más brillo y se impone. El mundo empieza a sintetizarse en algo simple, en un solo objeto, en la terrible moneda ¿Se puede descifrar el cuento como una precisa visión futurista acerca de nuestros días? En el relato se dice que en cada época hay un Zahir, quizá la propensión a reducirlo, frivolozarlo y uniformizarlo todo sea el de nuestros días.

La fabulosa historia también aborda teorías que sugieren que el entendimiento absoluto de todo lo que existe pude lograrse conociendo solamente, y en su totalidad, a una flor, a un tigre, o a una moneda. La idea de que el hombre es un microcosmo, como todo lo es, reluce con fuerza también. En fin, Borges explora muchísimas creencias, teorías y filosofías en muy pocas –pero genialmente usadas- palabras, sin embargo siempre deja la sensación de que no se ha entendido todo, de que aún quedan cosas por descifrar, por adivinar, por completar.


Al leer cuentos como “El Zahir” las emociones son tan intensas, tan vívidas, que uno llega a sentir que el escritor está cerca, que está respirando al lado, que nos está contando la historia él mismo.    
Leyéndolo, uno realmente siente que Borges es eterno, inolvidable.